martes, 20 de mayo de 2008

Casos de casas

Ayer volví a darme cuenta de que todavía tengo tus latidos en la mano. Supongo que esas cosas no se tiran, ni siquiera se reciclan. Se quedan ahí, acomodadas en algún que otro rincón de la memoria de los sentidos, coleccionando polvo y sumando olvido. Permanecen, quietas, desgastándose con la carcoma del participio, hasta que el tiempo las reduce a un vano vacío y las desintegra.

Joder, qué rabia. Eres como el yogur que se queda arrinconado en la última estantería de la nevera. Ignorado y caducado. Un pretérito imperfecto que sigue entrelazándose con mis dedos. Lates, débil, muy débil, aunque la mayoría del tiempo sea inconsciente de (man)tenerte aún en mí. Sólo a veces, cuando a la luna le da por soplar y hacerte cosquillas, me doy cuenta de que tu latir sigue respirando entre las grietas de mi mano.

Como anoche, que al sueño le dio por retrasarse y al insomnio por subir a la azotea de los recuerdos. No podía dormir y me dio por vaguear entre retratos de color sepia y sensaciones disecadas. Me entretuve mucho rato con otras historias y otros disfraces menos carcomidos que tú, pero al final llegué a toparme con la caja vieja de cartón donde encerré el puñado de ti que olvidaste recoger cuando te fuiste. Retahílas de estrellas, pedacitos de alas y ese montón de carretes de sueños que nunca llegamos a revelar. Hacía tanto tiempo que no me tropezaba contigo…

¿Crees en las casualidades? Esta mañana me he encontrado un correo tuyo en la cuenta vieja de hotmail, la que a penas uso. Mientras intentaba dormir estuve sope(n)sando la idea de soplarle cuatro o cinco palabras a tu buzón. Siempre he pensado que sentiste algo más, que no te alejaste sólo por la tristeza. Me dormí sin decidirlo, y hoy te leo en vez de escribirte. Lates, otra vez. Las letras apuntalan tus latidos y vuelve ese incesante bumbum, bumbum, bumbum. Se me encoge la mano, se me estremece. Porque lo pusiste tú ahí, el corazón, ¿te acuerdas? Me lo ataste a los nudillos, distrayéndome con la mirada, y luego te diste la vuelta y empezaste a caminar. Lejos, cada vez más lejos. Sin darte la vuelta. Quedándome atrás.

Me asusta llevarme tan mal con los verbos en pasado. Y verte aún aquí, en mí. Me asusta y me asustas, porque contigo nunca he sabido reaccionar. No sé caminar recto si te pienso. Se me tuercen los pasos y dibujo eses con los pies. Qué ridículo, tropezarse con un simple yogur...