martes, 23 de octubre de 2007

La Ternura del Alacrán

Varios encuentros furtivos más se sucedieron y entre ellos besos, caricias y miradas. De nuevo se enredaron nuestros cuerpos y poco a poco, sin darnos cuenta, aún más y más nuestras almas.

Caminábamos juntos, dados de la mano, un solo compás, un solo camino, el que nos marcó el destino cuando por sorpresa apareció en mi cama, cuando por sorpresa abrimos los ojos ante un amanecer distinto a cualquier otro.

El ansia crecía y yo notaba que con ella mi corazón y mi deseo. Nos preguntábamos en silencio qué era lo que estaba pasando y en el fondo de una copa, ella pareció encontrar la respuesta.

-Creo que esto ha sido una historia de amor desde el principio-

Mi perplejidad no pudo ser mayor, por la sencillez de sus palabras, por la grandeza de lo que significaban. Ciento ochenta noches pasaron, con sus lunas. Un crucero y una cita en el Sena. Una mano que la guió a mi cama y que yo seguí hipnotizado. La marea traía resaca y entre la fuerza de las embestidas yo le susurré al oído: “A ti y a mi nos llevan olas sin leyes”.

Después de tantos besos, era de nuevo como si fuera el primero y sentí la timidez de desnudar mi cuerpo, porque ya no eran ojos anónimos los que me miraban, sino mis propios ojos reflejados en los suyos, porque ya no éramos desconocidos, ni solo amantes, porque yo le había abierto puertas a mis entrañas que para todos permanecen cerradas.

Me pidió que la desnudara, aunque mis manos ya rozaban el mar de sus secretos. Entonces sentí un enorme respeto. Dejó de ser sexo, si alguna vez fue solo eso. A media luz, a media voz, la fuerza nos invadió y nos dejamos caer uno sobre otro. Torrente de pasión que no se sacia. Aire que mana de una boca a otra y manos que avanzan imparables por dos cuerpos que no se agotan.

La hice mía y me dejé caer sobre su piel, indefensa. La herí los labios de tanto besarla y se hirió mi corazón de tanto amarla. No hay despedidas más tristes que las que nosotros dos tenemos, porque nunca sabemos si volveremos a vernos, aunque no dejemos de buscarnos, porque hay cosas que se quedan siempre en la esfera de los “pretendos”. Siempre existe el temor, el nunca es una palabra que a los dos nos da miedo. Y aunque siempre tengo espacio en mi cuerpo, no siempre existe el tiempo.
--Yo te quiero a ti – continuó diciendo mientras mis ojos aún no estaban ni abiertos.

No hay comentarios: