miércoles, 28 de marzo de 2007
viernes, 23 de marzo de 2007
12 Historias para una Noche (IV)
La pluma descasaba bajo la almohada.
La gruta despedía infinidad de sombras, pardas a la luz de la hoguera. El indio, de edad indefinida, lanzó a las llamas unas bolitas de sustancia que avivaron el fuego. Por sus mejillas rodaron algunas lágrimas en recuerdo de los que partieron.
Alzó su larga envergadura y comenzó a entonar una salmodía que le había enseñado el brujo harapiento de quien había aprendido las artes de la magia.
Con paso lento pero firme aumentó el ritmo cadencioso de su pisar y emprendió un baile alrededor de la fogata. Como en un teatro de sombras chinescas, las paredes se llenaron de historias relatadas por las contorsiones y movimientos del indio. Llevaba ya mucho tiempo danzando cuando sintió la presencia. Si hubiera tenido los ojos abiertos habría podido observar que desde hacía un buen rato, a su sombra se había unido otra que había surgido del fuego y ahora le seguía.
Entornó los ojos sin olvidar la cara de la muchacha que yacía en la cama de un lejano hospital, y lo vio. Quiso no darle importancia pero algo se rebelaba en su interior. La presencia siniestra que durante tanto tiempo había esperado ya estaba allí.
Vagamente recordó al joven, se concentró en enturbiar la conciencia de su enemigo, danzando, danzando como si no tuviera miedo. De su boca, poco a poco , surgieron salmos que hacía milenios que no habían sido entonados y que puestos en sus labios cobraban la fuerza mítica con la que fueron creados, hasta convertirse en conjuros que adormecían la potencia del otro.
Volvió a entornar los ojos y lo vio quieto, espectante y sombrío, sonriente en su maldad, sabedor de que harían falta mucho más que embrujos y conjuros para aplacar la necesidad que tenía de seguir vivo. De su boca surgió un frio demoledor que a punto estuvo de tumbar al indio. Recobrado este lanzó un hechizo que se convirtió en fuego, que quema y destruye todo a su paso. La más absoluta nada.
La lucha desigual hacía ya tiempo que no se desarrollaba en el interior de la gruta y se había aposentado en paisajes variopintos y cambiantes que no caben en el alma de ningún mortal. Semanas hediondas y lóbregos lustros duró la lucha por el dominio del alma de la mujer que seguía postrada en el interior de un hospital de Edimburgo.
El viejo indio comenzó a sentirse cansado. La mano que la bestia le había introducido en el pecho le quemaba, y a punto estuvo de soltar las cuencas emponzoñadas de los ojos de su enemigo. Se paró.
Cegada y dolorida la bestia arremetió de nuevo. Lo preparó lentamente, saboreando cada palabra antes de anunciarla. Lanzó el último conjuro con la fuerza de las siete piedras sustanciales y los siete vientos elementales. Dotado de un poder descomunal y magnificado por la debilidad de su oponente, el conjuro cumplió su cometido y desterró de la tierra a la bestia, pero fue insuficiente para destruirla.
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domingo, 18 de marzo de 2007
12 Historias para una Noche (III)
Hurgaba entre las bolsas de basura de la zona rica de Edimburgo, sin importarle las luces de los coches que atravesaban la zona. El carrito de niño que le servía de contenedor de reliquias le seguía a corta distancia arrastrado pesadamente por el pobre, y paciente, Nut.
Atravesó la avenida sin atender a los pitidos de un coche que a punto estuvo de pasarle por encima. Nut, más precavido, se había quedado al otro lado, esperando a que pasara el peligro. La pequeña comitiva se adentró en el interior del bosquecillo de abedules que lindaba con una de las mansiones. Caminaron una veintena de pasos.
Bajo la atenta mirada de Nut, el viejo, se paró, y comenzó a rebuscar entre sus cosas. Ruido de bolsas que se abren y algunas caricias al lomo del perro.
- Nut, mi fiel amigo...tú si que me entiendes...
La mirada de Nut se fijó en la botella que sostenía su amo y de la que dió dos largos tragos. Después se volvieron a poner en camino.
Estaba entumecido, ya sin los cables y sin los tubos que le habían tenido atrapado en la maquina, pero se sentía fuerte. Miró hacía lo alto y descubrió lo que buscaba, la luz amiga. Mientras avanzaba por entre los árboles, y sus grandes pies se hundían en el barro, recordó el incendio, y a los guardias de seguridad cuando le dispararon. Sonrió para sus adentros. Apartó unos arbustos y olfateó el aire de la noche. A lo lejos, las luces de los coches que atravesaban una carretera cercana. Continuó como si nada.
Nut se apercibió enseguida de su presencia y le insinuó a su amo que no se adentrara en la espesura. El viejo, borracho como una cuba, no estaba para negativas, y lo que hacía un momento era todo amistad, se tornó violencia, y con un movimiento brusco le lanzó una piedra sin destino. El perro aulló lastimeramente, sin moverse, más por mostrar su enfado que por el golpe fortuito del rebote.
Escuchó los ladridos del perro. Seguía entumecido, y a decir verdad no entendía muy bien el por qué. Olfateó la presa y se apresuró hacía el montículo, para otear mejor. Ante la visión del anciano, de la carne, su cuerpo se tensó llenándose de adrenalina, y ante el golpe de adrenalina, la insuficiencia cardiaca. Mientras se desvanecía recordó al doctor diciendo:
- Lejos del laboratorio estás muerto...
El viejo borracho juraría que aquello se parecía a un animal muerto, pero no pareció importarle, y se alejó, seguido de Nut, ¿por qué no evitarse problemas innecesarios?
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viernes, 9 de marzo de 2007
Homenajes (V)
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martes, 6 de marzo de 2007
La Ternura del Alacrán (VIII)
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In Nomine Ipso Recreor (V)
Subía como todos los días a casa, una suave pendiente que me acercaba a tí. Como todos los días aprovechaba la hora de la siesta, ese momento donde las ciudades parecen que duermen en verano. Tras las dos revueltas, el edificio verde, se dejaba ver en toda su extensión. La verdad es que no era precisamente una gran obra arquitectónica, pero ahí es donde vivíamos. No se, aún como me convenciste para coger aquellas llaves.
El fresco portal, daba paso a un moderno ascensor que todavía olía a nuevo. Por el pasillo, con sólo un par de pasos llegaba hasta la puerta. No necesitaba encender siquiera la luz. Abrí la puerta con cuidado, seguro de la escena que encontraría. Tú, con un mohín pintado en la cara, tumbada en la cama, la persiana bajada al máximo y con la ventana abierta aprovechando que yo no estaba pues sabes lo que odio dormir así.
La maleta hecha en una esquina de la habitación. Mañana te vas unos días por el trabajo, y al echar un vistazo a lo que llevas, todo pulcramente organizado y doblado, lo recuerdo, te faltaba la crema solar, la pasta de dientes, y bueno ya que bajo a la farmacia te compraré una caja de spidifen 400, te conozco demasiado bien. Hago una lista de que más podemos necesitar para el día de hoy, de acuerdo tú eres la ordenada y yo el maniático (nadie es perfecto).
Al subir sigues dormida, dejando las cosas en la cocina, decido aprovechar la situación. Subo un pelín la persiana, lo justo para que entre algo de luz. Es algo que odias, luego lo pagaré con creces y gustosamente, pero ahora sólo te giras huyendo de la furtiva luz. Tumbada, desnuda bajo las sabanas de la cama, mirándome sin mirar. Me siento apoyado en el armario, con el bloc y los lapices de carboncillo para seguir con tu dibujo. Es la única forma de conseguir que poses.
Los genes artísticos de mi familia los poseen mi hermano y prima pequeños. Pero por alguna extraña razón todo lo que he creado sobre ti es de una bella factura. La figurita de arcilla que adorna la mesa del salón, los dibujos del bloc, los poemas guardados en el cajón de mi escritorio. Adoro la penumbra, crea formas indescriptibles, perfeccionan una belleza de piel blanca, y pelo largo y rizado que inocente de su pecado descansa a menos de dos metros del culpable.
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lunes, 5 de marzo de 2007
Historias desde un Muro
Iniciamos un nuevo apartado en el blog. Digo iniciamos porque al mismo contribuyen todos aquellos amigos que han compartido conmigo sus vivencias con respecto a los "muros".
Para comenzar diré que entendemos por "muros" a aquellas "amigas" que todos nosotros hemos deseado que fueran algo más y que una vez armados de valor, con más miedo que vergüenza (y en estos casos es bien difícil) hemos confesado nuestras intenciones nos han toreado, mareado o jugado en base a la "amistad" anterior que profesabamos.
Con esto no exculpo a ellos(nosotros), sólo trato a modo de confesión , reírme de mi mismo, pues como dijo Socrates "quien quiera burlarse de un necio que se mire al espejo". He de añadir a esta breve reflexión el comentario de ellas; "...no os quejéis, al final nos quedamos con chicos como vosotros...". Las risas aún se escuchan en el universo.
Para no hacer sangre, aún, comenzaré con historias propias, y luego añadiré las vivencias ajenas, si procede y me quedan ganas. A modo intimista como dice Eme, contaré la historia de forma compleja, ya que comenzaré por el final. O de como llega un momento en que de tantos golpes que te has dado contra muros...................en fin, pues eso.
Este sábado he quedado con unos amigos y amigas, bueno una amiga, y otra amiga suya a la que apenas había visto dos veces. Llamemosla X. Me considero una persona educada, al menos adecuadamente educado. Pero al compartir el coche con ella intuí que mi educación se vería puesta en peligro. Nunca un viaje de 500 metros se me hizo tan largo.
Bueno pensé yo, el resto de la noche se la puede ir esquivando, somos muchos y yo él que menos la conoce, hay posibilidades de que esto no se tuerza. Mi madre siempre me dice que soy un inocente, y las madres siempre tienen razón. Que manera de meterse en conversaciones ajenas en las que no pintaba mucho, bueno nada. Y lo peor, trastocar el sentido de conversaciones privadas.
Así yo me enteré, que la otra chica, mi amiga, me debe una cena a la que yo debo llevar el vino y el postre. Primera noticia que tengo, y hasta donde yo sé, deberé correr, mucho.
Y a la señorita X, lo siento bonita, pero ya tengo amigas, muchas de ellas buenas amigas, no necesito más, y menos amigas de café que me cuenten su vida y problemas. Que necesiten autoreafirmarse y les digan lo guapas y majas que son, que necesitan una cohorte de admiradores que babeen y beban los vientos por su atención.
No, el "efecto muro", te deja ya así. No aguantas chorradas de niñatas. Por ello, suscribo la frase del buen Diego "...que las aguante su padre...".
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