martes, 6 de marzo de 2007

In Nomine Ipso Recreor (V)

Subía como todos los días a casa, una suave pendiente que me acercaba a . Como todos los días aprovechaba la hora de la siesta, ese momento donde las ciudades parecen que duermen en verano. Tras las dos revueltas, el edificio verde, se dejaba ver en toda su extensión. La verdad es que no era precisamente una gran obra arquitectónica, pero ahí es donde vivíamos. No se, aún como me convenciste para coger aquellas llaves.

El fresco portal, daba paso a un moderno ascensor que todavía olía a nuevo. Por el pasillo, con sólo un par de pasos llegaba hasta la puerta. No necesitaba encender siquiera la luz. Abrí la puerta con cuidado, seguro de la escena que encontraría. Tú, con un mohín pintado en la cara, tumbada en la cama, la persiana bajada al máximo y con la ventana abierta aprovechando que yo no estaba pues sabes lo que odio dormir así.

La maleta hecha en una esquina de la habitación. Mañana te vas unos días por el trabajo, y al echar un vistazo a lo que llevas, todo pulcramente organizado y doblado, lo recuerdo, te faltaba la crema solar, la pasta de dientes, y bueno ya que bajo a la farmacia te compraré una caja de spidifen 400, te conozco demasiado bien. Hago una lista de que más podemos necesitar para el día de hoy, de acuerdo tú eres la ordenada y yo el maniático (nadie es perfecto).

Al subir sigues dormida, dejando las cosas en la cocina, decido aprovechar la situación. Subo un pelín la persiana, lo justo para que entre algo de luz. Es algo que odias, luego lo pagaré con creces y gustosamente, pero ahora sólo te giras huyendo de la furtiva luz. Tumbada, desnuda bajo las sabanas de la cama, mirándome sin mirar. Me siento apoyado en el armario, con el bloc y los lapices de carboncillo para seguir con tu dibujo. Es la única forma de conseguir que poses.

Los genes artísticos de mi familia los poseen mi hermano y prima pequeños. Pero por alguna extraña razón todo lo que he creado sobre ti es de una bella factura. La figurita de arcilla que adorna la mesa del salón, los dibujos del bloc, los poemas guardados en el cajón de mi escritorio. Adoro la penumbra, crea formas indescriptibles, perfeccionan una belleza de piel blanca, y pelo largo y rizado que inocente de su pecado descansa a menos de dos metros del culpable.

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Aún guardo ese bloc.

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