martes, 26 de diciembre de 2006

12 Historias para una Noche

El padre Dospasos, párroco de Nuestra Señora de la Luz en el humilde pueblo de la Plata, dormitaba en el confesionario, sofocado por el tremendo calor húmedo que traía el mar. Como lanzas, los haces de luz que filtraba la celosía, elevaban la temeperatura del pequeño habitáculo como en un horno. Eran las cuatro de las tarde, en agosto, nadie saldría a la calle, nadie vendría a la iglesia, hacía demasiado calor. Pero el padre Dospasos siempre cumplía con su obligación y allí estaba, sudando y empapando un pobre pañuelo.

El silencio era absoluto. La iglesia estaba callada, nada rompía la calma, ni pasos, rezos, ni el ruido del exterior pues el pueblo también dormía. Sólo una pertinaz mosca zumbaba cerca de una vidriera.

Súbitamente una voz, al otro lado de la celosía en el confesionario, despertó al parroco con un escalofrio que disipó el agobiante calor del cura. La voz hablaba deprisa en un idioma que el sacerdote no entendía. Pero sabía, de algún modo, que era una voz aantigua y que estaba muy muy asustado.

El padre Dospasos intentó hablar pero la voz no se detenía; antes aceleró su ritmo. Esa voz intentaba decirle algo, había en ella un aterrador tono de urgencia, de puropánico, que hizo temblar al cura.

De repente la voz se detuvo. Regresó un silencio sepulcral. Ni siquiera se escuchaba ua respiración. Nada.

Dospasos entreveía una figura sentada al otro lado, inmóvil, con los brazos rígidos. Le habló, le llamó pero la figura no se movía. el sacerdote estaba ya muy atemorizado y le costó un par de minutos reunir valor suficiente para salir fuera a ver quien había tras la celosía.

Lo que vió le dejó helado.

La cortinilla estaba cerrada, pero del interior del confesionario salía un rastro de sangre. El rastro iba de allí hasta. . .El padre no podía creerlo, pues llegaba hasta el altar mayor, lo rodeaba, y terminaba en la cruz. . . ¡Vacía!. El Cristo de mármol que la ocupaba, simplemente no estaba. Una terrible idea cruzó el pensamiento del cura, pero no. . . , no podía ser, era imposible.

Con una mano temblorosa apartó poco a poco la cortinilla negra. Sudaba, pero no por el calor. Entonces, LO VIO. Abrió la boca como para gritar pero ningún sonido salió de su garganta, con los ojos dilatados, se tambaleó hacía atras mientras se llevaba una mano al pecho. Tropezó con algo y cayó al frio suelo, muerto. Muerto de miedo.

En el confesionario había un Cristo de mármol, con los ojos y la boca muy abiertos en un silencioso y aterrador grito. Con los brazos extendidos hacía adelante desesperadamente. Sangrando por todas sus llagas.

Horas después encontraron el cadaver del padre Dospasos en la iglesia, frente a un confesionario vacio. Su autopsia indicó que había muerto de un ataque al corazón, al fin y al cabo tenía ya más de sesenta años. Los empleados de la funeraría no fueron capaces de desencajar su rostro, o arreglarlo de alguna manera para borrar la mueca de terror de su faz.

El pueblo lloró su pérdida y le enterraron con todos los honores tras el altar de su amada iglesia. Justamente bajo el crucificado de mármol que había allí.

Ite, missa est.

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