domingo, 17 de diciembre de 2006

In Nomine Ipso Recreor

Las hojas están cambiando. Desde aquí veo cómo la estación fría marchita sus venas secándolas tornándolas amarillas y acercándolas al color marrón. Y lo mismo me pasa a mí. Siento el dolor de la soledad, de las heridas, de los largos días y cortas noches, demasiadas cosas bailándome en la cabeza. Siento el peso de los recuerdos, llamándome desde muy lejos, mientras espero el veredicto. La luna crece, muere, y vuelve de nuevo, y el sol, y la hierba. ¿crece y muere también el hombre, y no vuelve nunca?. Al menos yo he amado, he amado mi tierra, la vida, la belleza proporcional que había, estos pensamientos me consuelan.

Luz. Lo que más recuerdo de la casa de mi padre en la ciudad es la luz. En esa casa siempre sentí una tranquila serenidad, había orden y paz. Todos los miembros de la casa sabíamos cual era nuestro sitio.Un día cuando tenía ocho años me atreví a preguntarle a mi padre -¿por qué está aquí nuestra casa? Si estuviera en lo alto de la colina las casas que hay encima de nosotros no nos taparían la luz.-

Mi padre sonrió, pocas veces lo hacía, pero tenía una sonrisa muy amable, y cuando sonreía aparecían arrugas alrededor de sus ojos, eran pequeñas, delgadas y tiernas, es extraño, siempre quise tocarlas, nunca lo hice. Mi padre respondió –mi abuelo construyó esta casa en medio de la ladera por una razón: para que la gente nunca pensara que nuestra familia está demasiado por encima de ellos. Los demás son muy libres de construir sus casas tan arriba como quieran.-Nunca lo he olvidado, y así siempre he intentado vivir disfrutando de aquello tal como lo tenía.

En estos largos días los recuerdos de mi infancia y mi juventud se agolpan como olas intentando desbordar mi mente. Ya casi creí olvidados los tiempos que pasé en el colegio, aprendiendo un latín gutural y áspero. Nunca pensé que realmente el colegio me formara como hombre, pero hoy he recordado algo que me ha hecho cambiar de idea. Era un día frió y llovía, estábamos conjugando los verbos imperfectos, me hice un lío, y me di cuenta, -otra vez- me repitió el maestro, al tercer intento frustrado exclamé –pero esto es lo mejor que puedo hacerlo- gemí mirándome los pies deseando que terminara la lección. Entonces él dijo algo, -potest quia posse videtur-, puedes porque crees que puedes, ahora inténtalo de nuevo.

No lo sabía pero estaba construyendo los cimientos de lo que soy ahora, y han resultado ser profundos y fuertes.

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