lunes, 1 de enero de 2007

In Nomine Ipso Recreor (II)

Bajo el tránsito de la aparente dualidad, la lluvia de enero despierta el vacío de mi cuarto. Y los lamentos de la soledad aún se prolongan. Como un extranjero no siento las ataduras del sentimiento, y me iré de esta ciudad, esperando un nuevo despertar.

En un juzgado de Madrid, ignoro cuál, decenas y decenas de cartas de amor escritas por mi mano con pulso infantil, duermen un sueño que no llegó a su climax. . .es decir, el punto en el cual. . .(esperad que consulte el diccionario, que ya no me acuerdo; es que esto es como los idiomas, si no los practicas se te olvidan). Aquí está: CLIMAX, punto culminante de una gradación o proceso.

Dicho así normal que se cabreara conmigo y me mandara a la mierda.Fue un acto poético, o al menos trató de serlo. Quien quiera saber en qué consiste eso que lea a Jodorowsky.

Fue en enero cuando di por segunda vez con mis huesos en la cárcel puesto que ya había superado la mayoría de edad, con la cifra de veintiún primaveras o, en mi caso, otoños.

Tenía novia o mejor dicho, acababa de tenerla, porque ya -tras dos años de relaciones- nos habíamos dejado, pero todo volvió a empezar a raíz de mi encarcelamiento. Allí separados por dos frentes de barrotes y por noventa centímetros de aire, intentábamos descifrar lo que nos decíamos a grito pelado para apagar o sobrepasar así el tremendo y no menos pelado griterío de los demás reclusos, y de sus respectivos deudos, que también, que diablos tenían su corazoncito.

Llegaba -mi novia- una y otra vez envuelta en lágrimas, acusándome de no quererla y reprochándome lo que era para todos evidente: que si yo volvía a darle cancha no era tanto por amor cuanto porque estaba en el lugar en el que estaba y me agarraba a un clavo ardiendo para salir, con la imaginación, de ella.

Evidente,sí, para todos, pero no para mi persona. Yo me negaba a admitirlo, y argüía, y reargüía, que no, que la quería de verdad, que estaba profundamente enamorado, que bebía los vientos por ella y ... Ya se sabe, lo de siempre, pues no hay e el amor palabras que a estas alturas de la historia universal sean originales.

Era el amor perfecto, cristalino y cristalizado, stendhaliano, tal y como lo había descrito Ortega en sus célebres estudios. No había por tanto, posibilidad de roces, de riñas, de desentendimientos. Las miserias de la vida cotidiana no podían alcanzarnos. Aéreos, sutiles, impalpables vivíamos permanentemente arropados por nuestros sueños.

Mi novia, sin embargo, seguía viniendo envuelta en lágrimas, y yo un buen día, queriendo consolarla, seguro de amarla y decidido a convencerla de ese amor, le dije que la quería, que la quería tanto que estaba dispuesto a casarme con ella. Nunca lo hubiese hecho, pero me cogió la palabra al vuelo, en su literalidad y no en su intención metafórica. En un momento de exaltación ebrio de romanticismo, eso es lo que me sucedió a mí. Y a ella.

Hubo, en el ínterin, y antes y después de la parida nupcial un copioso anecdotario, pero no me quedan ganas. Dejémoslo para otras páginas.

Tal vez, no todo fuera así, quizá de seguir su curso las cosas hoy estaría escribiendo estas líneas al más propio estilo de comedia romántica de Tom Hanks y Meg Ryan. Tal vez hoy estaría
dedicando mi tiempo a mi hijo. Y a su madre.

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